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Sueños de un mundo mejor

Elogio de las revoluciones

Doscientos veinte años después de 1789, el cuerpo de la Revolución aún se mueve. A pesar de François Mitterrand, que había invitado a Margaret Thatcher y a Joseph Mobutu a verificar su entierro durante las ceremonias del bicentenario. Como el año de la conmemoración fue también el de la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama anunció el “fin de la historia”, es decir, la eternidad de la dominación liberal en el mundo y el cierre, a sus ojos definitivo, del paréntesis revolucionario. Pero la crisis del capitalismo vuelve a sacudir la legitimidad de las oligarquías en el poder. El aire es más liviano o más pesado, según las preferencias.

por Serge Halimi, mayo de 2009

Evocando a “esos intelectuales y artistas que instan a la revuelta”, Le Figaro ya se aflige: “François Furet parece haberse equivocado: la Revolución Francesa no ha terminado”. Sin embargo, como muchos otros, el historiador en cuestión no había ahorrado esfuerzos para conjurar su recuerdo y alejar la tentación. En otros tiempos considerada como la expresión de una necesidad histórica (Marx), de una “nueva era de la historia” (Goethe), de una epopeya iniciada por esos soldados del Año II a los que cantaba Víctor Hugo –“Y se veían marchar esos magníficos miserables por el mundo deslumbrado”–, ya no se mostraba de ella más que la sangre en sus manos. De Rousseau a Mao, una utopía igualitaria, terrorista y virtuosa, habría pisoteado las libertades individuales y dado a luz al frío monstruo del Estado totalitario. Finalmente, la “democracia” se recuperó y predominó, festiva, apacible, de mercado. También heredera de revoluciones, sólo que (...)

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