Salvo raras excepciones, todos los países festejaron la victoria electoral de Barack Obama como si se tratara de su propio triunfo. En tres meses, gracias a las primeras decisiones que tomó, el nuevo presidente logró transformar radicalmente la desastrosa imagen de Estados Unidos heredada de George W. Bush. Casi podría olvidarse que Obama no fue elegido para agradar al resto del planeta, sino para defender los intereses políticos, económicos y estratégicos permanentes de la hiperpotencia americana.
Desde este punto de vista, la ola de obamanía que nos inunda, pasa a ser un valioso punto a favor para promover esos intereses. Esta ofensiva de seducción afecta a Europa en forma muy especial. Vale decir que tanto para los decididores políticos y económicos, como para una buena parte de las “elites” de los medios de comunicación, el atlantismo es una segunda naturaleza. La popularidad de Obama le confiere una legitimidad que hasta ahora (...)