El Reino de Arabia Saudí, primer exportador mundial de petróleo (más de 10 millones de barriles diarios), es también la cuna y el centro neurálgico del islam. Único Estado que se sienta en las Naciones Unidas luciendo el apellido de una familia, se adjudica la exclusividad de la shahada, la profesión de fe musulmana, que figura en su propia bandera para dejar claro a los 1.800 millones de fieles a través del mundo que sus soberanos son los “servidores de los Lugares Santos”. La Meca, donde nació el profeta Muhammad (Mahoma) –alquibla (dirección) de los cinco rezos diarios– y Medina, donde descansa, siguen siendo competencia exclusiva del monarca.
Los colosales beneficios financieros generados por el maná petrolero refuerzan el liderazgo religioso del reino sobre la umma (comunidad de los creyentes), pero la monarquía sabe que debe velar por mantener su legitimidad como guardiana de los lugares santos. De ahí sus enormes (...)