El 10 de junio de 2014, Irak contempló con estupor cómo Mosul, la mayor ciudad del norte del país, caía en poder de la Organización del Estado Islámico (OEI). El Ejército, las fuerzas antiterroristas, la Policía y los demás organismos de seguridad nacional se revelaron incapaces de plantar cara a unos cuantos centenares de yihadistas. En la debacle, aquellos abandonaron toneladas de material en manos del enemigo, de fe suní. Fue una tragedia nacional que se vio acompañada de un sentimiento generalizado de pánico y humillación. Tres días después de la caída de Mosul, Alí al Sistani, la mayor autoridad religiosa de Nayaf –el centro neurálgico del chiismo iraquí– emitió una fetua llamando al pueblo a una movilización militar y a oponer resistencia a la ofensiva del Dáesh (acrónimo en árabe de la OEI). En respuesta al llamamiento, miles de jóvenes se unieron a las milicias que se formaban por (...)
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Política, guerra santa y negocios lucrativos
El creciente peso de las milicias iraquíes
Con varias milicias integradas en su seno, el Hashd al Shaabi ocupa en la actualidad una posición preponderante en el tablero político iraquí. Fundada siguiendo el modelo de la Guardia Revolucionaria iraní para luchar contra la Organización Estado Islámico, esta coalición paramilitar se permite llamar al orden al Gobierno y sus facciones no dudan en participar en las citas electorales.
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