Determinar hasta qué punto Donald Trump fue un mal presidente resulta esencial para poder evaluar la extraordinaria ola de retórica histérica que se hizo con el dominio del debate público estadounidense durante los últimos cinco años.
Evidentemente, este multimillonario neoyorquino fue un mandatario terrible: prejuicioso, egocéntrico, incapaz de toda empatía, enamorado de su propia imagen, y sin la más remota idea de lo que implicaba su trabajo. Mentía constantemente, incluso en afirmaciones públicas fácilmente contrastables. Fue un demagogo que fingía preocuparse por los trabajadores cuando en realidad no lo hacía. Utilizó el cargo más importante de la nación para enriquecerse tanto él como sus aliados y permitir que las empresas privadas reescribieran las leyes a su gusto. Consideró ilegítimo cualquier escrutinio electoral que no resultara en una clara victoria para él.
Cada una de estas afirmaciones, excepto la última de ellas, sirve sin embargo para describir rasgos que Trump comparte con muchos (...)