La carretera es recta, asfaltada, monótona. A nuestros lados desfilan los baobabs; la tierra es amarilla, polvorienta, a pesar de la hora matinal. Dentro del viejo Peugeot negro el aire es sofocante, irrespirable. Con el ingeniero agrónomo y asesor en cooperación de la embajada de Suiza, Adama Faye, y su chófer, Ibrahim Sar, viajamos al Norte, hacia las grandes extensiones de Senegal. Para medir el impacto de la especulación sobre los productos alimentarios, disponemos –desplegados sobre el pantalón– de los últimos gráficos estadísticos del Banco Africano de Desarrollo. Pero Faye sabe que nos espera otra demostración, más lejos. El coche se adentra en el pueblo de Louga, a cien kilómetros de Saint-Louis. Luego, de pronto, se detiene: “¡Ven! Vamos a ver a mi hermanita –propone–. Ella no necesita tus estadísticas para explicar lo que pasa”.
Un mercado pobre, algunos puestos al borde de la carretera. Montículos de caupí, mandioca, algunas gallinas (...)