Como ocurriera con Japón y con los países del nordeste asiático recientemente industrializados, China ha vivido en el lapso de 20 años una dinámica de crecimiento que la ha convertido en actor central de la economía mundial. Actualmente, el país se está actuando como polo estructurador de una red de intercambios regionales.
Esa transformación es un desmentido al etnocentrismo occidental, según el cual los determinismos culturales impedirían para siempre que “Oriente” –lejano o no– accediera a una modernidad que desde la revolución industrial europea se ha concebido como una singularidad occidental. Por otra parte, desde hace años, la magnitud de los cambios allí experimentados despierta interrogantes e inquietudes en “Occidente”, sobre el eventual desplazamiento del centro de la economía mundial a Asia, y una posterior reconfiguración de los grandes equilibrios internacionales.
Así, el New York Times Magazine se preguntaba este verano si el siglo XXI no será un “siglo chino”. De hecho, (...)