“¿Sueña usted con venir a trabajar a Bélgica? ¿Ya ha tomado la gran decisión? Nosotros, los belgas, nos alegramos de que venga a aportar su energía y su inteligencia. (...) Y reiteramos que los trabajadores del Mediterráneo son bienvenidos en Bélgica”. Poco antes de esa declaración de amor, Bruselas y Rabat habían firmado, en febrero de 1964, un acuerdo que regulaba la llegada de trabajadores marroquíes a Bélgica. Por entonces, miles de ellos hacían el viaje en busca de una vida mejor. Sobre todo, esperaban ahorrar lo suficiente para retornar “ricos” a su país. Ni Bélgica, ni Marruecos, ni esos trabajadores imaginaban ese desarraigo como algo definitivo.
“El Estado marroquí excluía toda integración de sus ciudadanos en el país anfitrión”, explica Abdel Abbad, periodista del Journal de Tanger. “Hassan II se oponía abiertamentre a que sus súbditos reivindicaran derechos en el país que los acogía. Se consideraba que los inmigrantes no (...)