Cada dos o tres años sale en Francia un libro escandaloso, y de calidad, bajo distintos puntos de vista. Hace seis o siete, Catherine Millet, respetada crítica de arte, nos desveló a cara descubierta, con pelos y señales, su intimidad sexual. Hace años Emmanuele Arsan prefirió no firmar su novela en la que detalla escenas autobiográficas de gran osadía. ¿Quién se hubiera imaginado que un día llegaríamos a leer a Sade en papel cebolla? Louis Aragon dejó anónima “El coño de Irene”, que así sigue sin que ya nadie dude de su autoría.
Más cerca de nosotros, Michel Heullebecq nos salió con esas “Partículas elementales” políticamente incorrectas, novela que lo equipara con Louis-Ferdinand Céline y en la que describe sus viajes pedófilos a Tailandia. Tanto de la primera de Catherine Mollet como de ésta se vendieron cientos de miles de ejemplares.
Ahora surge Didier van Cauwelaert ( pronúnciese Covelar). Recompensado ya en (...)