En agosto de 1991, la Unión Soviética colapsó. Los gerontócratas del Kremlin habían impuesto a los pueblos de la URSS una dictadura policial corrupta que se encontraba a años luz del gobierno que Karl Marx deseaba y que el Manifiesto de 1848 alababa. En aquella época, en la planta 38 del rascacielos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York trabajaba un hombre excepcional: Boutros Boutros-Ghali. Brillante intelectual francófono, bajá egipcio con amplia experiencia ministerial, jurista sutil y erudito, Boutros-Ghali comprendió de inmediato la situación. Como Secretario General (1992-1996), tomó una iniciativa histórica sin pasar por la Asamblea General ni por el Consejo de Seguridad.
Así, en 1993 convocó en Viena la primera reunión mundial sobre derechos humanos desde la celebrada en París en 1948. Se trataba de poner fin a casi medio siglo de glaciación y de reunir en una única y nueva declaración los derechos civiles (...)