El tango, claro está, es un baile. Y también música, canto, poesía. Se le suele atribuir de una forma más o menos vaga un origen argentino, pero cuando uno ve a las parejas dibujar esa suerte de coreografía del deseo sublimado, rara vez se pregunta cómo nació y todavía menos si su historia está ligada de algún modo a la política. Sin embargo, el tango es a la vez producto de una determinada política y, desde su nacimiento, pareja de baile de una relación a menudo tempestuosa con los representantes del poder.
Todo empezó allá por 1870. Los dos países bañados por el Río de la Plata, Argentina y Uruguay, eran aún regiones predominantemente rurales y sus gobiernos decidieron llevar a cabo una política de modernización y poblamiento para la que se requería un aporte masivo de mano de obra extranjera. Fueron muchos los inmigrantes que decidieron probar suerte, principalmente varones (...)