El comandante Matthieu Danielou nos recibe en el Centro de Reclutamiento e Información de las Fuerzas Armadas en Marsella. “Aquí, lo que reclutamos son más bien hombres, más bien sin título de bachillerato, deportistas. El 30 o el 40% proceden de barrios populares. Comorenses hay unos cuantos. Hay muchos que cruzan esa puerta porque necesitan dinero. Cuando eres joven, tienes un máster y te proponen jornada completa, 1400 euros de sueldo neto, con cama, comida y ropa, te lo acabas pensando. Vienen por el rancho, pero eso no los convierte en buenos soldados. A los únicos que excluimos es a los que tienen kilos de más o problemas de dientes. O a los que tienen un implante metálico en el brazo o les falta un miembro. No reclutamos a discapacitados. No es discriminación, solo sentido común. Como lo de los tiradores de élite: llaman mucho la atención por los videojuegos y los influencers, pero para eso hay que tener la cabeza bien amueblada; si se te cruzan los cables o eres estrábico, de nada sirves. La regla que tenemos es: ‘será una chorrada, pero es lo que hay’”. Matthieu Danielou señala que todos los años, mal que bien, “conseguimos cubrir las 16.000 vacantes. No son tantos como en McDonalds, pero a pesar de todo seguimos siendo uno de los mayores empleadores del país”.
En 1965, el general De Gaulle quiso emprender la transición hacia un ejército profesional. Pero en tiempos de pleno empleo, al dudar de que encontraran suficientes voluntarios, el Estado Mayor se ocupó de disuadirlo (1). Hubo que esperar a que se instalara una elevada tasa de paro en la década de 1990 para que el proyecto fuera rescatado del cajón. Pero la tasa de solicitantes sigue siendo pobre: en 2021 fue de en torno a 1,27 candidatos por puesto de personal de tropa en el Ejército de Tierra (2). Por lo demás, “la proporción de candidatos aptos desde el punto de vista médico pasó del 83 al 76% entre 2011 y 2016”. ¿La razón? “Un estilo de vida cada vez más sedentario y un exceso de tiempo pasado delante de una pantalla susceptible de convertirse en sobrepeso y miopía” (3). En 2018, Le Monde reveló también que “en la última década, cada año desertan unos 1810 soldados de media, casi todos del Ejército de Tierra” (4).
“¿Entienden de qué se les acusa? De DE-SER-CIÓN”. Ese mismo día, la Sala de lo Militar del Palacio de Justicia de Marsella juzgaba catorce casos, de los cuales doce eran de desertores. Tres de los encausados provenían del mismo regimiento de artillería. Lopez, de 20 años, nació en Vénissieux. Se enroló tras suspender los exámenes del bachillerato de ciencias porque quería “hacer movidas fuertes, dormir al raso”. “Cuando ves los anuncios por la tele —precisa— o los reportajes de YouTube, te pones a soñar. Los tres primeros meses me molaron, hacíamos marchas de cuarenta kilómetros, pero ya en el regimiento, los suboficiales empezaron a pasarse de la raya. Nos ponían a fregar los edificios hasta las cuatro de la madrugada, sin motivo”. Lopez pidió la baja. Demouchy, de 21 años, firmó un contrato de cinco años tras obtener un título de Formación Profesional de segundo grado en Oficios de Seguridad en Val d’Oise. “Por aquel entonces fumaba porros, así que mis padres creyeron que por fin estaba sentando la cabeza”. Pero “los mandos no paraban de repetirme que era un inútil. Era como una tromba de negatividad. Un día pedí la baja”. Por su parte, D. —que nos solicita permanecer en el anonimato— pidió la baja tras haber firmado un segundo contrato de cinco años. “Tenía una Formación Profesional de segundo grado en Topografía. Pero en Reunión la vida no es fácil”. Él, a quien tanto le gustaban “el deporte y estar bajo presión”, sostiene haber “templado [su] carácter” en el Ejército. “El problema —prosigue— es que no era un lamebotas. Por eso no me dieron las misiones en Tahití y la Guayana”.
Lopez, Demouchy y D. fueron condenados a entre uno y tres meses de reclusión con suspensión de pena. Hoy, uno de ellos trabaja en las mutuas de seguros y otro en la industria del hormigón. El tercero, que disfruta de poder dejarse crecer el pelo y la barba, maneja una máquina fregadora.