Sólo algunas canoas de motor permiten acceder a Puerto Matilde y sus humildes viviendas, en la orilla de las aguas verdosas del río Cimitarra. Apenas cae el crepúsculo, la aldea se esfuma en la oscuridad, por falta de electricidad. Por la noche, una lluvia torrencial bombardea los techos de chapa acanalada. A las ocho de la mañana, diluyendo las últimas nubes, el sol ya pega. Toda el agua que se evapora engrasa el aire. Se transpira incluso antes de haber apoyado un pie sobre los tablones resbaladizos que, tirados encima del barro, permiten los desplazamientos. De camino al puesto de salud desprovisto de médico, enfermera e incluso de cualquier medicamento, el presidente del comité de acción comunal Carlos Enrique Martínez constata lo evidente: “Como en tantas otras zonas de Colombia, esta región del Magdalena Medio vive marginada, en la más absoluta miseria”.
“Todos los obstáculos se acumulan –agrega Luis Carlos Arizanillo, (...)