Si nos atenemos al método, es innegable que sólo los observadores científicos de la política y la Historia pueden aspirar al rigor y, en consecuencia, a la credibilidad. La pompa y la altanería rodean, por otra parte, a la “ciencia” política oficial, dispuesta a rechazar a quien sea que utilice su imaginación en las tinieblas del “periodismo” (insulto menor) o de la “literatura” (máximo ultraje). Nuestros profesores, concelebrados y designados por cooptación, disertan doctamente sobre lo que es.
¿No se darán cuenta de que al disecar de ese modo el cuerpo palpitante de lo real, lo matan? Las porciones enfriadas que nos sirven no son carne sino cortes de carnicería, privados de esa incomparable cualidad de la vida que es el movimiento, la metamorfosis, la evolución. Dentro de la vida cotidiana actual, ese defecto pasa desapercibido. Pero apenas sobreviene una ruptura mayor (el derrumbe del comunismo soviético, los primeros cañonazos sobre (...)