El vertiginoso scooter surca los sembradíos de la Beauce; en medio del campo y entre los vientos, se distingue una torre sutil, rosada, rasguño en el cielo. Y pronto un cartel: “Combray de Marcel Proust”. Olvido mi humilde Vespa delante de una pastelería donde venden las “auténticas magdalenas para recuperar el tiempo perdido”. Desde el interior de un bar podré vigilarla; hojeo el periódico local y doy con una historieta gráfica dedicada a Prisciliano. Firma un tal Pierre Yves Proust. Llamo a la redacción del periódico. A Proust le sorprende mi llamada. No se trata de una broma, le digo, demostrándole un conocimiento del hereje mucho mayor del que tiene el común de la gente, gracias a las lecturas de Unamuno y de su TBO. No le gusta nada de nada que le llame hereje.
—Es hereje, me replica, según sus enemigos. Fue el primer eclesiástico ejecutado por el brazo secular, (...)