Costa Rica es una joven nación que en 1871 abolió la pena de muerte, en 1948 sus fuerzas armadas y un año después aprobó el derecho al voto de la mujer. Más recientemente, en el 2013, impulsó la aprobación por las Naciones Unidas del Tratado de Comercio de Armas; y ahora aspira descarbonizar su economía.
Costa Rica es una nación desarmada, un país de paz que aprendió a cuidar de su naturaleza, que se propone arribar al Bicentenario de su Independencia como un ejemplo de inclusión social, de cultura y de paridad de género.
El pasado 1 de diciembre, el país conmemoró el 70 aniversario de la abolición del ejército. Una decisión histórica que hizo prevalecer la cultura por sobre las armas, el diálogo por sobre la imposición y la violencia, y el derecho como forma para dirimir los conflictos. El país renunció unilateralmente al uso de la fuerza y por ello, privilegia la diplomacia, y una política exterior sustentada en valores globales compartidos como la paz, la democracia, el desarme, los derechos humanos, la defensa del medio ambiente y el multilateralismo.
La celebración del Bicentenario como nación soberana nos ofrece la oportunidad para reafirmar que los nuevos tiempos serán de sociedades más integradas, más justas y equitativas, más respetuosas con nuestro entorno natural y más solidarias.
Renovado compromiso
Los países de Iberoamérica hemos construido un espacio privilegiado que ha logrado consolidar en una variedad enorme de asuntos, los vínculos, nuestros ideales y propósitos comunes.
En el marco de la XXVI Cumbre, celebrada en Guatemala, Costa Rica aprovechó para hacer un llamamiento a renovar nuestro compromiso con las mujeres y su empoderamiento. Claramente, deben ser nuevos tiempos para inclinar la balanza en favor de las mujeres, para reforzar la protección hacia ellas como una forma que nos acerque más al cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).
Además de un imperativo ético y de derechos humanos, la historia demuestra que la participación de las mujeres constituye una oportunidad para crecer con igualdad y que alienta también un mayor dinamismo de las economías y los mercados, con un notable impacto en la colectividad.
La incorporación de la fuerza laboral femenina desde el año 2000 representó más del 30% en la reducción de la pobreza y en la desigualdad de ingreso en la región, dicen los informes de las Naciones Unidas sobre el Empoderamiento Económico de las Mujeres.
El sentido de nuestro compromiso, tiene por ello el sello de mujer, el futuro es de una mayor integración de las voces femeninas indígenas, afrodescendientes, mujeres rurales, la incorporación plena y en igualdad de oportunidades para la mitad de la población del planeta, que históricamente ha sido relegada, discriminada. Solo así lograremos niveles éticos de bienestar y desarrollo.
La sociedad costarricense ha logrado avances sustantivos en materia de paridad de género. La Administración Alvarado Quesada conformó, por primera vez en la historia, un gabinete paritario. Asimismo, en el Poder Legislativo se elevó la representación de mujeres en un histórico 45,6 por ciento. Son pasos correctos, y a lo mejor insuficientes, pero que van en la dirección correcta.
El aporte de las mujeres en todos los ámbitos, sin duda, alienta mejores beneficios colectivos, no solo como una forma de atender las obligaciones y compromisos internacionales, sino también, porque es la manera de edificar sociedades mejores, más integradas y más justas.
En estos nuevos tiempos las mujeres somos la punta de lanza de renovadas formas de hacer política, de llevar adelante la economía con igualdad e inclusión, y de promover la cooperación y la solidaridad en y entre nuestros Estados.
La lucha por el empoderamiento de las mujeres nunca ha sido fácil. En 1791 Olimpia de Gouges clamaba por hacer realidad el ideal de igualdad y libertad para las mujeres. Más de 200 años después, debemos persistir, debemos continuar y profundizar esas aspiraciones. Vivimos nuevos tiempos para las mujeres.