Durante su visita a Carcasona el pasado 14 de enero, Christophe Castaner sobreactuó en su papel de ministro del Interior: “Yo no conozco a ningún policía ni a ningún gendarme que haya atacado a los ‘chalecos amarillos’; lo que sí que conozco es a policías y a gendarmes que utilizan métodos de defensa”. La frase arranca a Antonio Barbet una risotada. Tiene 40 años, vive cerca de Compiègne, en Oise, donde hasta hace solo dos meses ocupaba un puesto de gerente interino por el que recibía el salario mínimo. Estuvo presente en las rotondas desde que comenzó el movimiento de los “chalecos amarillos” y se manifestó por primera vez en París el 24 de noviembre de 2018. A primera hora de la tarde, en una calle tranquila cerca de los Campos Elíseos, las fuerzas del orden lanzan un arma, muy probablemente una granada de gas lacrimógeno de tipo GLI-F4. El (...)
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Escalada represiva, aspiraciones democráticas
De la violencia policial a la violencia judicial
El Gobierno francés, desbordado por un movimiento social inédito, se ha embarcado en una espiral legislativa a riesgo de obstaculizar la libertad de manifestación. Mantiene un cínico vínculo con la violencia: ordena a todo el mundo que la condene, salvo cuando él es su responsable. A falta de una salida política, se arriesga a deteriorar la situación y ha iniciado una represión sin precedentes desde los años 1960.
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