Toda la fuerza y violencia de la actual crisis sanitaria mundial tiene seguramente una razón implícita: la del modelo de desarrollo actual que hemos construido los humanos para obtener más dinero en el menor tiempo posible.
Mientras la “racionalidad del modelo” sea el crecimiento o enriquecimiento rápido, ilimitado y desigual cualquier cura definitiva de la pandemia estará en vilo. Nos estamos comiendo la cama y la casa, envenenando nuestra despensa, contaminando el oxígeno de nuestro patio. Mientras esa “racionalidad” tenga patente, ideas distintas serán ilegales. Porque la justicia no es la propiedad privada a toda costa sino el equilibrio de la relación entre los seres humanos y los recursos disponibles. Este equilibrio se ha ido distorsionando día tras día, a causa de Gobiernos y dirigentes miopes que sólo persiguen y consiguen la acumulación por parte de los más fuertes, con el consiguiente despojo de los más débiles. Y esta distorsión termina por establecer una regla de juego de suma cero: mi ganancia es tu pérdida, como diría el jesuíta colombiano Alejandro Angulo.
En los tres primeros meses del 2020, un virus, la novel coronavirus –COVID-19–, paraliza al mundo, nos confina a todos en casa, se desplaza y cubre todo el planeta gracias a los extraordinarios medios de movilidad que pusimos a su disposición. Unas gotícas de saliva que paralizan el mundo y nos están obligando a pensar en qué es lo realmente importante en la vida.
Estos ejercicios espirituales forzados son los segundos que he realizado en mi vida: hace cincuenta años hice un mes de los de San Ignacio de Loyola. Ahora estaríamos en la primera semana que, si no recuerdo mal, consistía en “arrepentirse y pedir perdón por la mala vida pasada”. Los propósitos y planes para la nueva vida sólo venían en la cuarta semana.
Esperemos que, además de circular memes por la redes sociales y comprar papel higiénico, quede un poco de tiempo para pensar, reflexionar, inventar y ver cómo se puede cambiar. Y si en la primera semana se trata de arrepentirnos, valdría la pena ver cuáles han sido nuestros pecados. El modelo del enriquecimiento rápido, la regla de juego de mis beneficios son tus pérdidas, el cambio u olvido de valores hasta llegar a convencernos que era mucho más relevante un futbolista que una enfermera y más importante producir armas que construir hospitales.
El lingüista estadounidense Noam Chomsky afirmó recientemente que “el asalto neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación. Un ejemplo entre todos: las camas de los hospitales han sido suprimidas en nombre de la eficiencia (…) Esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental. El Gobierno y las multinacionales farmacéuticas eran conocedores desde hace años que existía una gran probabilidad de que se produjera una grave pandemia, pero como no es bueno para los beneficios prepararse para ello, no se ha hecho nada” (1).
Datos recientes de la situación italiana confirman bien los propósitos de Chomsky. En Italia, el país más afectado por la crisis de la coronavirus en el momento en que escribo estas líneas, “en menos de diez años, de 2010 a 2016, desaparecieron 70.000 camas de hospital, se cerraron 175 unidades hospitalarias y las oficinas sanitarias locales autónomas pasaron de 642 en la década de 1980 a sólo 101 en 2017. Todo ello en beneficio de la sanidad privada y de la industria de los seguros, que no ofrecen ninguna protección contra las pandemias” (2).
¿En qué hemos pecado con relación a la protección de la salud y la vida? ¿Se podía prever la actual crisis sanitaria? ¿Había algún indicio de que un fenómeno de esta naturaleza podía acontecer? En mayo del 2011, un documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en relación con la preparación para una gripe pandémica, alertaba a los países y señalaba el “riesgo constante de que se produzca una pandemia de gripe con repercusiones sanitarias, económicas y sociales potencialmente devastadoras, particularmente para los países en desarrollo, que padecen una mayor carga de morbilidad y son más vulnerables” (3).
En el Informe anual de 2019 sobre la preparación mundial para las emergencias sanitarias, elaborado por la Junta de Vigilancia de la Preparación Mundial, del Banco Mundial, se hace referencia a “una amenaza muy real de una pandemia de un patógeno respiratorio altamente letal y de rápida evolución que podría acabar con el 5% de la economía mundial” (4). Desde hace varios años, expertos de la OMS han insistido en el riesgo de una pandemia como la que estamos viviendo. Entonces, ¿por qué los países no escucharon ni hicieron caso de los avisos de la OMS?
En los últimos diez años se ha despojado a la OMS de toda su capacidad rectora y se ha ido privatizando progresivamente hasta dejarla en manos de la Fundación Bill y Melinda Gates y de un pequeño número de países industrializados que controlan más del 80% de su presupuesto. Los intereses nacionales y comerciales prevalecen a los intereses de salud pública mundial, como se ha visto en la gestión del actual brote pandémico.
Con sus más de setenta años, la OMS está hoy dentro de los “vulnerables de alto riesgo” y el coronavirus puede terminar por liquidarla. Ahora se encuentra en cuidados intensivos y es poco lo que ha conseguido hacer en este estado. Frente a la gran crisis solo consiguió, hasta ahora, hacer dos cosas: primero bautizó el virus y lo llamó “Novel coronavirus –COVID-19–”, llamar a la pandemia gripe aviar o porcina era irrespetuoso con los animales, llamarla “gripe española” (1918) fue una falta de respeto con España, sobre todo ahora que sabemos que se originó en Estados Unidos y no en España. Segunda tarea a que se redujo el papel de la OMS: sumar el número de casos y de muertes y comunicarlo cada 24 horas, casi a tiempo real. La culpa no sería tanto de la OMS como de los nuevos “dueños” de la Organización: la Fundación Gates y cinco o seis países industrializados.
Las directivas y recomendaciones técnicas de la OMS, pertinentes y adecuadas en la mayoría de los casos, no son escuchadas o por lo menos no son seguidas. Los países de la Unión Europea, continente donde está la sede de esta agencia de Naciones Unidas, no lograron ponerse de acuerdo, para adoptar una estrategia común contra la pandemia del coronavirus. La estrategia de Francia y España es distinta a la de Holanda e Inglaterra. Los Gobiernos europeos están haciendo lo que cada uno piensa es mejor, ignorando las directivas y recomendaciones de la OMS, agencia internacional de referencia en materia de salud. Es una vergüenza que la Unión Europea no haya sido capaz de acordar una estrategia compartida, unidad que sí logran en muchos otros frentes, principalmente cuando se trata de estrategias comerciales. Pero tratándose de la salud, la vida o la muerte han fracasado para poner en marcha un plan común.
Y como si todo esto fuera poco, ya en la segunda semana de los ejercicios espirituales hemos seguido pecando. Los jefes de Estado de Francia, España, Colombia y muchos otros países están anunciando sumas astronómicas para salvar o proteger la economía, pero no hemos oído a ninguno de ellos que esté dispuesto a incrementar significativamente de manera permanente y estable –y no para apagar sólo el incendio– los presupuestos de salud. Presupuestos de sanidad que en las últimas décadas han sido recortados para proteger precisamente la economía.
Esta crisis va a pasar, sin duda un desenlace que todos deseamos. China está saliendo de la crisis y, desde mediados de marzo, la región de Wuhan y otras regiones del país asiático regresan paulatinamente a la normalidad. Pero lo importante no es tanto que superemos esta crisis sino que se produzca un cambio que haga que las cosas nunca más vuelvan a ser como antes. De lo contrario, si regresamos a aquello que nos condujo a esta pandemia, continuaremos en riesgo de padecer una nueva.
Una fuerza casi incontrolable nos ha obligado a detenernos, reflexionar y pensar. Es evidente que el camino por el que transitaba el planeta no era bueno. Ahora hay que tener el coraje para cambiar el rumbo, el mensaje es claro, es un asunto de vida o muerte. Y como demuestra la actual crisis sanitaria mundial, la desigualdad en materia de recursos para afrontar la crisis sanitaria es enorme: la desigualdad en materia de salud es, probablemente, la más insoportable de las injusticias. Ahora debemos tratar de construir o reconstruir un mundo que sea viable, el que estamos dejando atrás, no lo era.
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