Gracias a un fenómeno de condensación digno de un sueño freudiano, aunque colectivo y secular, la palabra francesa eau reúne los principales aspectos de esa sustancia vital y asume otros valores “líquidos”. Eau –pronunciado como una sola vocal, “o” es sabido, pero no por ello menos extraño– es el producto de la voz latina aqua, desgastada por una pronunciación ’galorrománica’ perezosa, mientras que otras lenguas romances mantenían la consonante, aunque suavizándola (en español, agua, junto al modelo antiguo que conservó el italiano: aqua).
Los estadios intermedios, que debieron pronunciarse awa, éwé, en el norte de Francia, eran casi homónimos de la palabra germánica del mismo origen ahwa (“río”, en el lenguaje de los godos). Únicamente las tres letras vocales de la palabra francesa escrita recuerdan ese origen: la e por la a inicial, la a por el we que es apenas un debilitamiento del qw original, y por último u, (...)