En 1848, al consagrar la separación de la Iglesia y el Estado, Holanda inscribió los principios de libertad religiosa y de enseñanza en la nueva Constitución, que reconoce la igualdad de los grupos confesionales. Se trató de un avance muy importante, particularmente para los católicos holandeses, hasta entonces de facto ciudadanos de segunda categoría desde la Revuelta (calvinista) de Holanda contra el muy católico Felipe II, que desembocó en la creación de la República de las Provincias Unidas a finales del siglo XVI.
La minoría calvinista se hizo entonces con las riendas del poder. Aunque nunca se convirtió en el culto oficial, la religión reformada gozó de preeminencia durante varios siglos. Se toleraba a los católicos con la condición de que fueran discretos: no tenían derecho a ejercer su culto muy abiertamente (tenían prohibidas las procesiones), a tener iglesias “ostentosas” ni a tocar las campanas. Durante mucho tiempo, fueron sospechosos de (...)