Juan y Paco circulan a toda velocidad por las calles de Culiacán, capital de Sinaloa, un estado de la costa mexicana del Pacífico, frente a Baja California. Son cerca de las 11 de la noche cuando adelantan a un vehículo de la policía local. Juan va al volante, Paco sostiene el walkie-talkie, y ambos ajustan sus corbatas. El aparato crepita: “Paco, hay cuatro muertos, están cerca de la iglesia, es una Chevrolet roja. Esperamos noticias suyas”. Parecería un automóvil de la policía. Pero nada de eso. Los dos compadres son empleados de la funeraria. Con una particularidad: su tarjeta personal dice “especialista en ‘baleados”.
Su trabajo no es sencillo: llegar antes que las otras funerarias –al menos seis empresas de Culiacán cuentan con “especialistas en ‘baleadas”– y proponer sus servicios a los familiares de la víctima, entre un interrogatorio policial y otro. “La gente nos llama ‘los buitres’, y nos acusa (...)