“Tienen miedo de que descubramos que podemos gobernarnos nosotros mismos”, declara la maestra Eloísa. Ya lo afirmaba en agosto de 2013 ante los cientos de simpatizantes que acudieron de México o del extranjero para aprender de la experiencia zapatista durante una activa semana de inmersión. Esta iniciativa, bautizada irónicamente como “Escuelita”, pretendía invertir el síndrome del evangelizador, a lo que antaño invitaba el antropólogo André Aubry: instruirse en contacto con cientos de campesinos mayas que diariamente practican el autogobierno. Al inaugurar con estas palabras la Escuelita de 2013, Eloísa recordaba entonces lo esencial, que sumerge a algunos observadores en la incredulidad: aunque modesta y no prosélita, la experiencia zapatista rompe, desde hace veintitrés años, con los principios seculares, y hoy en crisis, de la representación política, de la delegación de poder y de la separación entre gobernantes y gobernados, que son la base del Estado y de la democracia modernos.
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