La política industrial europea es como un OVNI: se habla mucho de ella, se sospecha que existe, pero nadie es capaz de delimitarla con precisión. Aquellos que creen en su existencia la resumen en un nombre: Airbus. Los escépticos enumeran los esqueletos industriales que abundan en los desguaces y la chatarra.
En efecto, Airbus es considerado, junto con Arianespace, el emblema de una cooperación industrial realizada con éxito entre Estados europeos. Solo su mención funciona incluso como una fórmula mágica. A finales de 2016, el grupo italiano Fincantieri afirmaba, por ejemplo, que quería crear un “Airbus de astilleros” que ocupara el lugar del coreano STX, en quiebra, en el capital de Chantiers de l’Atlantique. Durante la primavera de 2014, Siemens, por su parte, proponía al Gobierno francés un “Airbus energético y un Airbus ferroviario” para evitar que General Electric (GE) comprara la sección energética de Alstom. Y, un año más tarde, (...)