Todo está podrido.Hay que cambiarlo todo.
(Eduard Shevardnadze a Mijail Gorbachov, una noche de invierno de 1984 en Pitsunda, sobre la ribera abjasia de Georgia).
La sociedad troglodita cavaba sus cuevas desde hacía mucho tiempo bajo el hormigón del aparente monolito. No hay momento de verdad de los años glasnost que no haya madurado, aflorado la víspera del gran vuelco. Lejos del teatro de terror montado por nuestros medios de comunicación, la URSS post Stalin se había transformado profundamente: el poder, el sistema, la sociedad, la cultura, la mentalidad. Invisibles en los esquemas de lectura estereotipados, ciegamente anticomunistas, las señales precursoras del cambio se habían acumulado: reestructuraciones oficiales y secretas, comportamientos demográficos y sociales, resurgir de sentimientos nacionales y religiosos, pluralismo real de los intereses y la opinión pública, la literatura, el cine, la música, los movimientos informales de la juventud.
En la primavera de 1985, sucede lo impensable: el Kremlin (...)