El emir Ismail Samani, con la mirada puesta en el porvenir, domina la principal plaza de Dusambé, capital de Tayikistán. Siempre en su puesto, incluso en este día de mal tiempo, varios fotógrafos callejeros proponen a los escasos paseantes que posen a los pies de los dos leones que flanquean la monumental estatua. A costa de algunas contorsiones, logran que entre en el plano el arco dorado que enmarca la gigantesca efigie, así como la resplandeciente corona que remata la estructura. Tras la desintegración de la Unión Soviética y la guerra civil subsiguiente —que se extendió de 1992 a 1996 y se saldó con entre 100.000 y 150.000 muertos y un millón de desplazados de una población que por entonces ascendía a seis millones— las autoridades eligieron a esta figura histórica como símbolo de unidad en un país desgarrado. Este soberano de la dinastía persa de los Samánidas gobernó, entre (...)
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Escalada identitaria y represión en el Pamir
La nación tayika revisita el mito ario
Forjar la grandeza de una nación sobre la idea de que desciende de un primer pueblo noble y superior es un programa que uno creería enterrado desde la derrota de la Alemania nazi en 1945. Hoy en día, sin embargo, Tayikistán, un pequeño país de Asia central en busca de una identidad nacional, revisita este mito ario a decenas de miles de kilómetros de la Europa que lo vio nacer.
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