Hace ya más de treinta años que en los saturados estantes de las librerías apenas se ve otra cosa que no sean novelas destinadas al éxito: firmadas por nombres conocidos o envueltas como regalos por la faja de algún premio literario de prestigio. Sin embargo, estos títulos, que ocupan todo el espacio, no son solo un síntoma de la sobreproducción, con frecuencia denunciada y deplorada. Su marcado aire de familia evidencia la uniformización en curso. Las prácticas de escritura están cada vez más codificadas, responden a una lógica de marketing, resultando intercambiables. La obra literaria se ha ido transformando paulatinamente en un objeto obsolescente, de contenidos esperables y lenguaje plano, en un academicismo de la trivialidad. ¿De dónde viene esa estandarización, esa uniformización del horizonte colectivo? ¿Es culpa del público, demasiado buen cliente? ¿De la supuesta “democratización de la literatura”? ¿De las políticas de edición?
A pesar de su estatus simbólico, (...)