En una soleada tarde, el 8 de junio de 2008, un hombre de unos veinte años camina por las calles repletas de gente del barrio de Akihabara, importante centro de la cultura popular, en Tokio. Los habitantes de la ciudad y los turistas acuden en cantidad para ver quiénes han vestido el traje de un héroe de manga o de anime (film de animación). Un domingo tranquilo como cualquier otro… hasta que el hombre saca un puñal y ataca a diecisiete personas. Siete de ellas mueren, las otras diez resultan gravemente heridas. Todo el país queda conmocionado.
Como siempre, surgen las explicaciones de los especialistas: “Japón está convirtiéndose en una potencia criminógena. Para evitarlo hay que reforzar las medidas de seguridad”. Sin embargo, como la cantidad de crímenes de sangre no ha dejado de disminuir desde mediados de la década de 1950, la reputación de país tranquilo que posee Japón no (...)