- Demetrio Cosola. – "Il dettato" (El dictado), 1891
Personalmente, nunca he dejado realmente de hacer dictados en clase. Me lo paso muy bien. Los chavales están totalmente concentrados, tienen que hacer una sola cosa a la vez, y como levantes la cabeza ya te has perdido una palabra. Estando todos así alineaditos y con el mismo gesto, se puede oír hasta el ruido de una mosca. En fin, que es de lo más relajante. Además, ellos sienten que están haciendo algo importante. O por lo menos se comportan como si lo sintieran. La tentación sería dictarlo todo y así asegurarte de que haya paz en el aula. Pero no funciona. Si dictas algo que no sea un dictado, se arma un follón de mil demonios. Follón, alboroto, o algo de revuelo, eso es lo que vas a (...)