Rara vez fue tan grande la distancia entre democracia real y democracia formal. En todas partes –o casi–, los poderes ejecutivos, débilmente legitimados, de países democráticos “avanzados” gobiernan desde hace años sin –y a menudo contra– el consentimiento popular. En Francia, Reino Unido, Estados Unidos y otros lugares, el poder ejecutivo se ha separado de la sociedad, imponiéndole, en su ciego avance neoliberal y neoconservador, “reformas” sociales regresivas y medidas disciplinarias y de seguridad cada vez más represivas.
Al mismo tiempo asistimos a una concentración del poder ejecutivo y a una marginación de los contrapoderes, e incluso a veces, como en el caso del Reino Unido y Estados Unidos, a un cuestionamiento fundamental de los equilibrios institucionales que fundamentan desde sus orígenes el proyecto liberal-democrático. Este doble movimiento de autonomismo y concentración de poder ha sido poderosamente amplificado por la “guerra contra el terrorismo” y el estado de excepción que, desde (...)