Es inútil concertar una entrevista con un habitante de Saint-Camille un viernes a media tarde. Si estuviera en la aldea, lo más probable sería encontrarlo sentado con su familia y amigos en los acogedores salones de la planta baja de Le P’tit Bonheur degustando una pizza de la casa. A las 4 de la mañana el panadero vecino ha preparado la masa. A partir de las 7, tres voluntarios han venido a cortarla. En la cocina otros tres se afanan ante nosotros y preparan distintas variedades, entre ellas una vegetariana. Por 8,25 dólares la gente se sirve y vuelve a servirse a voluntad. Los sedientos tienen a su disposición una excelente cerveza artesanal producida a unos pocos kilómetros, y se puede terminar la comida con frutillas de una granja asociada a la cooperativa hortícola y agroforestal local, la Clé des champs.
Para quienes no tengan ganas de cocinar el martes (...)