“De repente, puso a Albi en el mapa. El 31 de julio de 2010, la ciudad episcopal pasó a ser Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO [Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura]. A la mañana siguiente había una multitud en la ciudad: la gente daba un rodeo para venir a verla”, comenta Marie-Ève Cortés, directora de asuntos culturales, patrimonio y relaciones internacionales de Albi. Recuerda muy bien aquel día en el que la vida de esta “ciudad de ladrillo” francesa y de sus 52.000 habitantes cambió. Desde entonces, el número de turistas se ha duplicado, pasando de 700.000 al año a 1 millón en 2011 y a 1,5 millones en 2016 –un poco menos en 2017–.
A menudo, la inclusión en la Lista del Patrimonio de la Humanidad reconoce lugares que ya recibían a muchos visitantes. Aun así, existe un verdadero “efecto UNESCO”. (...)