Un viejo cruce de caminos en el que “se han superpuesto varias civilizaciones, unas sobre otras”, según la descripción de Fernand Braudel. Eso es el Mediterráneo: un condensado de pasiones entre ribereños del norte y del sur, entre israelíes y palestinos, entre chiíes y suníes, entre árabes y africanos. Una cuenca cerrada y rodeada de una veintena de Estados. Un 8% del espacio marítimo global por el que transitan un cuarto del comercio mundial y dos tercios de los flujos de energía destinados a los países europeos. Es un mar surcado de tuberías y cables submarinos, un corredor entre el Atlántico (por el estrecho de Gibraltar), el océano Índico o el Pacífico (por el canal de Suez y el mar Rojo) y el mar Negro (por el estrecho del Bósforo). Objeto de apuestas entre poderes, teatro de operaciones de varias potencias y foco de crisis múltiples inflamadas en la actualidad (...)