Tomada como un todo, lo que va quedando de la política occidental puede resumirse, querámoslo o no, en su expresión más cruda: la guerra que hace seis años lleva adelante el presidente de Estados Unidos George W. Bush contra el “terrorismo internacional”, y sus traducciones en términos de ocupaciones militares en Oriente Próximo. Que no dejan de conformar un “todo” dentro del imaginario de Occidente. Puede darse indirectamente, por el hechizo paralizante que produce el tema del peligro del “fascismo islámico”, que recubre con su manto prácticamente todas las cuestiones cruciales a las que se enfrenta el mundo.
Este efecto hipnótico parece reforzarse en la periferia del imperio, especialmente en Europa. Mientras que en el corazón del sistema, empieza a desvanecerse: con la preparación de las elecciones primarias previas a la presidencial estadounidense de noviembre de 2008, la palabra se libera, y aparecen entre los candidatos demócratas y republicanos ciertas posturas (...)