En el imaginario colectivo, la influencia del Estado fiscal estuvo limitada, durante mucho tiempo, tan sólo a las familias susceptibles de ser gravadas con impuestos. No es que los otros no pagasen impuestos –en un país como Francia, donde la contribución indirecta siempre ha sido muy importante, las clases populares nunca escaparon a los distintos impuestos sobre los productos de consumo–; pero hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial, el impuesto progresivo sobre el ingreso estaba concebido como una retención que apuntaba a los sectores más acomodados. En esa época el control fiscal se constituyó como una de las misiones más nobles de la administración de impuestos. Poco numerosos, los inspectores estaban aureolados de cierto prestigio: se consideraban “magistrados del impuesto”, investidos del poder de sancionar fuertemente a cualquier defraudador.
Esta configuración se vio sacudida durante los “Treinta Gloriosos”. En principio, la cantidad de familias susceptibles de tributar pasó del 15% en (...)