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Los tamiles, atrapados bajo el mando del ejército

Brasas candentes bajo el asfalto en Sri Lanka

Cinco años después de la caída de la guerrilla de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil, el Ejército y el Gobierno de Sri Lanka dan comienzo al proceso de rehabilitación de las zonas donde se produjeron combates. Las ciudades vuelven a la vida, pero el país, sin una reconciliación social real ni reformas políticas, sigue dividido entre una mayoría cingalesa y una minoría tamil. La frustración aumenta y se enciende la mecha de la cólera, sobre todo en la zona norte del país.

por Cédric Gouverneur, junio de 2014

Recuperada por el Ejército gubernamental en enero de 2009, la ciudad de Kilinochchi, al norte de Sri Lanka, fue durante más de veinte años la “capital” de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (Liberation Tigers of Tamil Eelam, LTTE). La guerrilla independentista la había transformado en escaparate de su proto-Estado, con “ministerios” que lucían en su fachada un tigre rugiendo e incluso “policías” que multaban los excesos de velocidad. Pero esta apariencia de normalidad no lograba hacer que los pocos visitantes olvidaran el culto profesado al jefe de los Tigres, Velupillai Prabhakaran, asesinado en uno de los últimos combates de mayo de 2009, ni tampoco el gran porcentaje de niños soldados entre las filas de los “liberadores (1).

Kilinochchi continúa sirviendo hoy como escaparate, pero esta vez para los vencedores de la guerra civil. El presidente de la República, Mahinda Rajapakse, cuyas tropas aniquilaron a los LTTE, quiere transformarla en ciudad modelo del norte de Sri Lanka, oficialmente “liberado del terrorismo”. Carteles en inglés proclaman: “Bienvenido a Kilinochchi, ciudad de la paz, la esperanza y la armonía”. Pese a que todavía se ven, aquí y allá, ruinas acribilladas por impactos de bala, reina una apariencia de vida normal. La carretera A9 es flamante y nueva. El tren, interrumpido durante dos décadas, une en media hora la urbe con la gran ciudad de Vavuniya. La mayoría de los puestos de control y campos minados han desaparecido. Se inauguran comercios y hoteles. Sólo la torre de agua, víctima de los últimos combates, sigue derrumbada. El impresionante vestigio parece destinado a testimoniar “¡Basta de destrucciones!”, como puede leerse en un cartel que linda con las ruinas.

Un mayor del batallón de paracaidistas nos recibe para una visita guiada. Nos lleva hasta un edificio de tres plantas, acondicionado con un área de juegos para niños y una fuente: “Bienvenidos a Harmony Centre –nos anuncia–. Aquí podrán ver cuántas personas viven felices en Kilinochchi, a pesar de lo que cuenta la propaganda de la diáspora tamil”. Esta engloba a unas 750.000 personas que viven principalmente en Europa y Canadá.

En la planta baja, decenas de muchachas tamiles, en uniforme, asisten a clase. Según afirma el mayor, la mayoría de ellas servían en las filas de los Tigres y el Ejército les ofreció un empleo. Después, nos presenta a un ex teniente coronel que combatió dos décadas en las filas de los LTTE: “Tenía ciento cincuenta soldados bajo mis órdenes. Dos veces al mes, los demás oficiales y yo nos reuníamos con Prabhakaran para recibir órdenes”, explica Naxpadan, de 37 años, que se apoya en una pierna artificial y prefiere no dar su apellido. A comienzos de 2009 quedó cercado y no utilizó la cápsula de cianuro que cada Tigre debía injerir en caso de captura: “Me rendí, ya tenía bastante. En el campo de prisioneros, el Ejército me ofreció formarme como carpintero. Actualmente, me gano bien la vida. Tengo mejores oportunidades ahora que antes con los Tigres. La gente que me rodea no entiende mi elección, pero tengo tres hijos que alimentar”.

En las distintos plantas, militares de civil que se encuentran detrás de ventanillas nos detallan, con la ayuda de fotos y vídeos, cómo proporcionan formación profesional a la población, además de redes de pesca, vacas lecheras o plantas de cocoteros. Una ventanilla recibe a los candidatos a la expatriación a los países del Golfo, donde ya trabajan dos millones de srilanqueses. Otra recibe las reclamaciones por las personas “desaparecidas”, víctimas de ejecuciones extrajudiciales. “Las familias de los desaparecidos prefieren venir aquí antes que a la comisaría”, afirma un joven teniente de civil. Según fuentes independientes, el Harmony Centre, que depende del Ministerio de Defensa, ofrece dinero a los familiares de los desaparecidos para que no avancen con las reclamaciones. La formulación de preguntas busca intimidar a los demandantes. Por ejemplo: “¿Cómo sabe usted que no fueron los LTTE quienes mataron a su hijo?”, “¿Cómo sabe usted que su hijo o hija fue secuestrado por militares?”, “¿Puede identificar a los militares que se lo llevaron?”.

La visita guiada continúa. Seguimos al mayor hasta el orfanato de Senchcholai, a la entrada de la ciudad. Un centenar de niñas nos esperan obedientes en el vestíbulo. Llega entonces el director del centro, Kumaran Pathmanathan, un hombre con una trayectoria curiosa. Este sexagenario de voz y mirada extrañamente dulces, y cuyo nombre de combate era “KP”, llegó a ser uno de los individuos más buscados del planeta. Cofundador de los LTTE en 1976, fue responsable del aprovisionamiento de armas durante tres décadas e incluso fue sospechoso de estar implicado en el atentado suicidia que costó la vida al primer ministro indio Rajiv Gandhi en 1991. KP fue interrogado en Malasia en agosto de 2009 y extraditado a Sri Lanka. Liberado en octubre de 2012, dirige desde entonces este orfanato destinado a las víctimas de los combates, con el consentimiento del poder central establecido en la capital del país, Colombo. El mayor saluda cortésmente al que fuera enemigo, antes de dejarnos.

Fortalecido gracias al apoyo financiero –voluntario u obligatorio– de la diáspora (2), de una flota de cargueros y de sólidas relaciones en el Sudeste Asiático, KP mostró una gran habilidad para armar a los LTTE en tiempos de rebelión. Incluso en marzo de 2007, las tropas gubernamentales se encontraron con el imprevisto de ser bombardeadas por aviones de caza con los colores de los Tigres, quienes quedarán en la historia como la primera guerrilla en disponer de una fuerza aérea. Cuando le preguntamos a quien fuera su estratega cómo concretó ese golpe, adopta un tono modesto: “Desmontamos los aviones para transportarlos en diferentes contenedores”. ¿Qué tipo de hombre era Prabhakaran, el jefe de los LTTE? “En el plano privado, podía ser simpático. Pero sólo se escuchaba a sí mismo y nadie se atrevía a contradecirlo: era demasiado peligroso.” ¿Cómo analiza la derrota de los Tigres, durante tanto tiempo considerados invencibles? “Después del 11 de septiembre, Prabhakaran no entendió que el mundo cambiaba. Los LTTE tendrían que haber evolucionado. Tendría que haber negociado”.

A pesar del prometedor alto el fuego firmado en febrero de 2002, los LTTE, convencidos de su superioridad militar, se mantuvieron en una posición radical defendiendo hasta el final la creación de un Estado dirigido por ellos en el norte y el este del país. Algo inaceptable para Colombo, que terminó por pasar a la ofensiva. “Hay que avanzar –concluye KP–. No logramos nada con las armas. Siento dolor. Tantas personas perdieron la vida...” El viejo guerrillero nos confía que se refugió en la espiritualidad hindú. A la diáspora tamil, que lo acusa de cambiar de bando, le responde: “Ellos no conocen la situación aquí. ¡Algunos creen que Prabhakaran sigue vivo! Tienen que aceptar la realidad”. Se sobreentiende: la guerra está perdida, y hay que adaptarse. KP se atreve a lanzar una crítica hacia los vencedores: “El Ejército ocupa demasiadas tierras agrícolas. Eso crea un sentimiento de opresión en los tamiles. Hablo de esto con el Gobierno”.

En el cuartel general de los militares, nos reunimos con el jefe del lugar, el general de División Sudantha Ranasinghe, comandante en jefe del Ejército srilanqués en la región. Las instalaciones son espaciosas. En la escalera que lleva a su despacho, hay dos frescos enfrentados. En el primero, la caballería cingalesa carga contra los invasores británicos en 1803. En la segunda, el Ejército srilanqués aplasta al último bastión de los Tigres en mayo de 2009. Hechos, sin equívocos, paralelos. Ranasinghe lamenta que Estados Unidos le haya negado el visado, como a otros líderes acusados de crímenes de guerra (3): “Esas acusaciones son injustas. Mire todo lo que ha hecho el Ejército por los tamiles: los hemos liberado del terrorismo. Muchos trabajan ahora con nosotros, ¡hasta algunos ex Tigres! Estoy orgulloso de lo que estamos haciendo para rehabilitar a los niños que fueron soldados. Y, después de Guantánamo, EEUU no debería dar lecciones a nadie”.

Este militar de alto rango justifica con torpeza algunos hechos, como la toma de tierras por parte del Ejército: “La gente nos dice que son sus tierras, pero no pueden probarlo, porque los terroristas destruyeron los registros del catastro. No entregaremos tierras ni indemnizaremos a nadie sin estar seguros de la identidad del propietario”. En cuanto a los efectivos militares, según él, serían “tres divisiones, es decir, seis mil efectivos”. Pero el cálculo parece poco fiable, porque una sola división comprende entre siete mil y nueve mil efectivos. El general de División desvía la respuesta cuando se le pregunta si las tropas seguirán allí por mucho más tiempo: “¿Por qué irnos? Esto es Sri Lanka y no nos desmovilizaremos: el soldado srilanqués participa en su desarrollo”. Los militares están construyendo infraestructuras en todo el norte. También administran restaurantes, hoteles e incluso granjas, a riesgo de competir con el empleo local y alimentar un poco más el descontento popular.

De regreso a la ciudad, dos tamiles de unos sesenta años aceptan relatarnos su testimonio: “No tenemos miedo porque ya estamos muertos: demasiada gente cercana a nosotros fue asesinada. ¿Por qué hay una presencia militar en todas partes, si la guerra ya ha terminado? ¡Para controlarnos! Esto es una ocupación. En el instante en que se juntan cinco o seis personas, intervienen policías vestidos de civil”. Cuando mencionamos el Harmony Centre, se echan a reír: “¡Pura propaganda! La gran mayoría de la gente se opone al Gobierno”. Las cifras hablan por sí solas: en las elecciones provinciales del pasado septiembre, las ciudades tamiles de Kilinochchi y Jaffna votaron, con más del 80% de los votos, a los autonomistas de la Alianza Nacional Tamil (Tamil National Alliance, TNA). Ambos hombres no ocultan que preferían a los Tigres antes que a los militares: “No decimos que fuera todo perfecto. Lo de los niños soldados era inadmisible. Pero nos sentíamos más libres con los LTTE que con el Ejército hoy. Era nuestro Gobierno”. De pronto, nuestros testigos miran inquietos detrás de ellos: dos jóvenes nos espían mientras teclean en sus teléfonos. Ponemos fin a la entrevista.

Nos subimos al coche y nos perdemos en la llanura. Resguardados de las miradas, entrevistamos a los habitantes de una aldea. Algunos están mutilados. Cuentan cómo, en las últimas batallas, el Ejército los bombardeaba desde todos los flancos: “Todos perdimos a familiares”. Una joven rompe a llorar al relatar que unos soldados fueron “muy malos” con ella... “El Gobierno –asegura un campesino– había prometido 50.000 rupias [290 euros] a cada familia, pero apenas recibimos 20.000 [115 euros]. Los subsidios son sobre todo para los que aceptan colaborar.” Defensores de los derechos humanos confirman estas declaraciones. Del mismo modo, las carreteras “son construidas por cingaleses –estallan los aldeanos–. De todas maneras, no tenemos vehículos. Estas carreteras sirven solamente para transportar a más soldados. Les tenemos miedo, la gente desaparece”. Se sienten bajo ocupación y ellos también dicen echar de menos a los LTTE: “No había corrupción, ni crímenes. Sus tribunales juzgaban de forma justa. Los Tigres fijaban los precios: un kilo de arroz costaba antes 35 rupias, frente a las entre 80 y 100 de ahora. Una mujer podía pasear de noche por la calle sin peligro”. ¿Y el reclutamiento de niños soldados? “¡Eran voluntarios!”, quieren creer. Los aldeanos están tan enfadados que idealizan su vida bajo el control de los Tigres.

Al mismo tiempo que erigen monumentos conmemorativos de mármol en honor al Ejército, los soldados gubernamentales han destruido los cementerios de los Tigres. “Hoy, nuestros únicos cementerios son estas ruinas”, dice un hombre señalando lo que queda de un muro acribillado por las balas. Esta erradicación de la memoria no ayudará al poder central en Colombo a ganarse el favor de la población local. Por último, y sobre todo, estos aldeanos no comprenden que su voto a favor de los autonomistas de la TNA en las elecciones para el consejo provincial del norte no sirviera de nada: “Los legisladores de la TNA nos explicaron que no tienen ningún poder. Colombo lo decide todo. En tiempos de los LTTE, no había elecciones, pero eso no era importante para nosotros, era nuestro gobierno...”. Todos los testimonios recogidos con discreción en el norte del país corroboran estos sentimientos de miedo, pesar y nostalgia. En la costa, los pescadores también se quejan de la intromisión de competidores cingaleses procedentes del sur, e incluso de barcos-factoría chinos. Al este de la isla, en los confines de las zonas de población tamil y cingalesa, los aldeanos se quejan de la llegada masiva de campesinos cingaleses, considerados como “colonos”, mientras se instala un sentimiento generalizado de desposeimiento: “Los cingaleses lo pueden hacer todo, mientras que nosotros no podemos hacer nada”.

En el extremo norte, la gran ciudad de Jaffna fue tomada, después perdida y finalmente recuperada por los beligerantes en las décadas de 1980 y 1990. La cuna histórica de la cultura tamil en Sri Lanka sigue cubierta de ruinas. Sin embargo, los coches son cada vez más numerosos y, aquí y allá, se han reabierto hoteles: los expatriados de las organizaciones no gubernamentales (ONG) han dejado lugar para algunos turistas. Policías y militares siguen siendo numerosos, aunque han desaparecido las trincheras. Detrás de su escritorio de otra época, el secretario del Partido Federal Tamil (Ilankai Tamil Arasu Kachchi, ITAK), uno de los principales miembros de la TNA, Xivoi Kulanayagan, expresa su frustración: “Los tamiles nos dieron su confianza para que lucháramos democráticamente por sus derechos: la TNA dispone de treinta de los treinta y ocho escaños del Consejo Provincial. Pero no podemos hacer nada. Las pocas competencias que otorga la enmienda 13 de la Constitución al consejo provincial, se las concede el gobernador nombrado por el presidente. La gente está muy descontenta”. La TNA pide en vano la desmilitarización de las provincias del norte y el este del país.

En el obispado, nos reunimos con Thomas Savundaranayagam. Desde nuestra última visita en 2010 (4), sigue esperando noticias de uno de sus curas y su asistente, “desaparecidos” durante un control en agosto de 2006... “El Estado debe comprender que el Consejo Provincial del norte lleva la voz del pueblo y que debe darle competencias. No ha hecho nada para reconciliar a los habitantes del país. Justo al terminar la guerra, el presidente tendría que haber sentado a todos alrededor de una mesa. Esa oportunidad se perdió. En lugar de eso, el Gobierno niega las aspiraciones del pueblo tamil y reduce la guerra civil a una ‘operación humanitaria de lucha contra el terrorismo’.” A largo plazo, la situación puede alcanzar un punto de ebullición. A finales de abril, dos consejeros de la TNA declararon públicamente que “lucharían junto a la población tamil si se mantenía la situación de dictadura”. Unos días antes, en la península de Jaffna, tres tamiles, acusados de “terrorismo”, habían sido abatidos por el Ejército. Eso representa el incidente más grave desde 2009.

En Colombo, los defensores de los derechos humanos, por su parte, lamentan la ausencia de procesos de reconciliación: “El Gobierno quiere creer que la reconciliación puede darse únicamente a través del desarrollo económico –analiza Paikiasothy Saravanamuttu, director del Centro para las Alternativas Políticas–. Pero la paz no se construye con cemento. La prueba de ello es el resultado de las elecciones provinciales: un aluvión de votos para la TNA. La guerra terminó, pero no el conflicto, cuyas raíces llevan al rechazo por parte de la mayoría cingalesa a ceder la más mínima autonomía a la minoría tamil”.

El presidente Mahinda Rajapakse, elegido en 2005 y reelecto en 2010, da por sentado que renovará el cargo en 2015. Sigue siendo popular entre los cingaleses, que reconocen su acción decisiva contra el “terrorismo”. Para estos, el separatismo tamil se reduce a la violencia de los LTTE: atentados en autobuses, trenes y templos budistas, masacres de aldeanos cingaleses y musulmanes, prisioneros de guerra quemados vivos, asesinatos de legisladores o de cualquier tamil que se atreviera a criticar a Prabhakaran, etc. No comprenden las acusaciones de crímenes de guerra de la ONU. Esta calcula que los combates causaron más de cien mil muertes entre 1972 y 2009, y “decenas de miles” durante el asalto final en 2009 (5). Como recuerda un restaurador de la costa sur: “Cuando unos padres tenían que viajar al mismo lugar, cogían autobuses diferentes, para no dejar huérfanos a sus hijos en caso de atentado. Durante veinticinco años, no nos ayudó nadie. A Occidente no le interesaba este conflicto: demasiado lejos, demasiado complicado. Además, quería que negociáramos con esos terroristas. Y ahora, cuando hemos logrado terminar con ese infierno, ¿venís a importunarnos?”.

Jehan Perera, director del Consejo Nacional por la Paz (National Peace Council, NPC), una asociación pacifista, analiza la popularidad del presidente: “Para muchos cingaleses, Rajapakse defiende la soberanía del país de las amenazas interna (el separatismo tamil) y externa (la injerencia de la comunidad internacional). Encerrado en ese círculo vicioso, halaga al nacionalismo cingalés, pero esta política le aleja de la minoría tamil y alimenta el conflicto étnico”. Perera insiste en la ausencia de diálogo y reconciliación: “Tamiles y cingaleses conviven en el día a día. Pero no hablan de política. O más bien, el cingalés habla y su amigo tamil guarda silencio, para no ofenderlo, o para que no lo acusen de simpatizar con los LTTE y ganarse un problema”. Una intelectual tamil, antes amenazada de muerte por los Tigres, nos confía la siguiente anécdota: “Después de la guerra, mi médica cingalesa me dijo: ‘deben estar tan felices de que los hayan liberado del terrorismo’. Era sincera, no me atreví a responderle que las cosas eran más complicadas”. Esta ausencia de diálogo impide que cada uno pueda admitir sus propios errores y las motivaciones del otro, y no dice nada bueno sobre el futuro (6).

El discurso nacionalista del presidente tiene otra función: hacer que se olviden el nepotismo y la corrupción del régimen. Los dos hermanos del presidente, Basil y Gotabhaya, fueron ascendidos a ministro de Desarrollo Económico y a ministro de Defensa y Desarrollo Urbano respectivamente. Cualquier ayuda económica extranjera o proyecto de cooperación debe pasar por el presupuesto del Estado y recibir el aval de estos dos ministros. La contribución masiva china, en forma de préstamos con tipos de interés altos (entre el 6% y el 7% anuales), carece de transparencia.

Rajapakse da muestras de autoritarismo. “Cree que con un mandato del pueblo puede ignorar la separación de poderes”, analiza un observador. Tras encarcelar a su ex jefe de Estado Mayor, el general Sarath Fonseka –que había cometido el error de proyectarse en política–, Rajapakse derogó el límite de dos mandatos presidenciales, antes de destituir a la presidenta del Tribunal Supremo.

La prensa progubernamental derrama injurias –“traidores”, “pro LTTE”– contra cualquier voz discordante. Grupúsculos de extrema derecha, dirigidos por el Ministerio de Defensa, han atacado iglesias, mezquitas e incluso una manifestación de abogados. “Han desaparecido” periodistas, o han sido asesinados. En marzo de 2012, un ministro, Mervyn Silva, prometió “romperle las costillas” a los defensores de los derechos humanos (7). El pasado noviembre, una intelectual cingalesa crítica, Nimalka Fernando, fue amenazada de muerte durante un popular programa de la radio pública. “El Gobierno no se dejará desestabilizar por complots internos o procedentes del extranjero”, volvió a arengar Rajapakse el 2 de mayo. El propio presidente fue, durante su juventud, un ardiente defensor de los derechos humanos...

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(1) Véase “El Estado en gestación de los Tigres tamiles”, Le Monde diplomatique en español, febrero de 2004.

(2) Los Tigres disponían de un presupuesto anual de 200 a 300 millones de dólares.

(3) Véase Roland-Pierre Paringaux, “Silencio organizado en torno a una masacre”, Le Monde diplomatique en español, marzo de 2009.

(4) “La gran angustia de los tamiles de Sri Lanka”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2010.

(5) “Sri Lanka: le Conseil des droits de l’homme décide l’ouverture d’une enquête”, ONU, 27 de marzo de 2014, www.un.org.

(6) Véase Éric Paul Meyer, “El fin de los Tigres no resuelve el problema tamil”, Le Monde diplomatique en español, marzo de 2009.

(7) Charles Haviland, “Sri Lanka minister Mervyn Silva threatens journalists”, BBC, 23 de marzo de 2012.

Cédric Gouverneur

Periodista.

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