Una primavera tardía se instala en Washington en este final de abril. Pero ni el florecimiento de los cerezos ni las altas temperaturas pueden atenuar la atmósfera de perplejidad y de inquietud latente que prevalece en la capital federal. De los pasillos del Congreso a las salas de reuniones de los principales centros de investigación de Massachusetts Avenue o de Connecticut Avenue se repiten las mismas preguntas: ¿qué ocurre realmente en Oriente Próximo y qué debe hacer allí Estados Unidos para no volver a empantanarse?
La guerra civil en Siria, las actividades mortíferas de la Organización del Estado Islámico (OEI), los bombardeos sobre Yemen por una coalición de nueve países árabes, sin olvidar las violencias confesionales entre suníes y chiíes, aparecen cada mañana en la portada de los periódicos. Pero la estrategia estadounidense para dar respuesta a esos desafíos parece incomprensible. En un Máshrek en plena incandescencia, a Estados Unidos también (...)