En el seno de las organizaciones internacionales, la política lingüística es objeto de intensos debates. Aunque las normas estatutarias establezcan idiomas oficiales e idiomas de trabajo –seis en Naciones Unidas, veinticuatro en la Unión Europea–, poco a poco se impone un monolingüismo de hecho. Casi sin complejos, se menciona una nueva lengua vehicular: la English lingua franca (ELF). Durante mucho tiempo presentada como el lamentable –pero inevitable– resultado de exigencias presupuestarias, esta evolución parece hoy asumida. La cultura profesional de las organizaciones internacionales asimila actualmente el predominio del inglés, y sus defensores afirman incluso que se ha internacionalizado: liberado de las prácticas y representaciones de los hablantes nativos, ya no constituiría una amenaza para la diversidad lingüística o la equidad.
Adeptos a menudo a la doctrina de la “nueva gestión pública”, quienes defienden la ELF insisten en el hecho de que su uso sería el mejor modo de impedir una insostenible (...)