En el prólogo del poema El paraíso terrenal (The Earthly Paradise, 1868), el cual le hizo célebre, William Morris (1834-1896) aparece como un bardo melancólico y resignado. Sabe que el arte es incapaz de corregir los desaciertos del mundo y que se dedica, en el mejor de los casos, a suavizar los días demasiado grises: “Soñador de sueños nacido de mi época, ¿por qué debo esforzarme en enderezar lo torcido? Me basta con que mi susurrante rima golpee con un ala ligera...”. Y sin embargo, fue precisamente el arte lo que condujo a este burgués victoriano hacia el socialismo revolucionario y hacia un intento concreto de resistencia frente al modo de producción capitalista.
Morris nació en una familia acomodada. Con la muerte prematura de su padre, socio en una sociedad de intermediación financiera, heredó acciones mineras que le garantizaron una renta anual. En Oxford, su amistad con el pintor Edward Burne-Jones (...)