Todos aquellos que no se tomaban en serio a Donald Trump o pensaban que, una vez electo, edulcoraría sus intenciones y sus promesas de campaña se equivocaron. Ciertamente, el nuevo inquilino de la Casa Blanca recuerda más a un payaso charlatán y megalómano que a un jefe de Estado; efectivamente, el Congreso, aun con mayoría republicana, no le dejará las manos libres. Pero la realidad se impone: el multimillonario es, a partir de ahora, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la primera potencia mundial, dotado de poderes ejecutivos no desdeñables. Y en su discurso de investidura, el 20 de enero, no mostró la mínima intención de modificar el rumbo que había definido en sus discursos y en sus tuits anteriores.
Parafraseando al general De Gaulle, quien, al mencionar su viaje en avión de agosto de 1942 al Líbano y a Siria, escribía en sus Memorias de guerra: “Hacia (...)