En el restaurante barcelonés Casa Leopoldo, el fantasma del escritor Manuel Vázquez Montalbán se invitó a la misma mesa que el cantante Raimon y su esposa. Comen allí conejo y berberechos, lejos del turismo que fagocita el mal reputado barrio antiguo de Barcelona, lo más cerca posible de los recuerdos, ya se trate de las noches pasadas bebiendo con el fallecido creador del detective privado catalán Pepe Carvalho o de ese primer Olympia, el pie sobre una silla, la guitarra colgada del cuello, delante de un público que asistía a la segunda presentación transpirenaica de la nueva pesadilla del franquismo. Raimon, “un Brassens con una pasión ronca y juvenil en la voz –relataba entonces Claude Roy en Le Nouvel Observateur– que canta poemas comparables a los poemas de resistencia de Eluard o de Aragon”.
Era junio de 1966, año “rock and folk” de París, primavera antes de la primavera, cuando (...)