Al acceder a la presidencia de México el 2 de julio de 2000, Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN), tuvo el mérito de romper la hegemonía de un partido –el Partido Revolucionario Institucional (PRI)– que durante setenta y un años había monopolizado el poder. Sin embargo, la falta de rigor en su política interior ha ido dilapidando poco a poco su capital político: sobreexposición de su esposa en la vida política y negocios de su entorno familiar; ausencia de una conducción firme que se tradujo en un gabinete desvaído, con pocas figuras importantes; ineficacia de las soluciones aportadas a los conflictos sociales; dificultad en establecer puentes con los partidos de la oposición; un Congreso demasiado polarizado y con pocas posibilidades de consenso, sumido a menudo en querellas con el ejecutivo federal.
Con más de 106 millones de habitantes, la undécima economía mundial se prepara para el relevo del Presidente, (...)