Lisboa. El sol entra por la ventana a mis espaldas. Llena toda la habitación, se posa sobre la pantalla del ordenador en el que escribo. En la claridad, las palabras van sumándose a esa palidez, una por una, como si contribuyeran a su erosión.
En las conversaciones comunes, se menciona el sol como una de las principales virtudes de Portugal. El discurso siempre se articula así: la gente sólo ve el lado negativo de las cosas, y se olvida de valorar lo que da por descontado; lo más simple, pero en el fondo lo más importante, como el sol, por ejemplo.
El argumento meteorológico surge casi siempre en respuesta a los noticiarios. Hablar del sol es entonces una fuga, una defensa. Los noticiarios son una tortura para los portugueses. Nosotros inventamos la palabra saudade para referirnos a un tipo particular de melancolía; ya tendríamos que haber hallado un término para (...)