Johannesburgo, febrero de 2018. Días antes de que el presidente sudafricano Jacob Zuma anunciara su renuncia, la prensa se preguntaba sobre la suerte que el Congreso Nacional Africano (CNA) le depararía a su jefe, implicado en el mayor escándalo de corrupción desde el final del apartheid. En el centro de ese seísmo político-financiero, estaban los vínculos del presidente y su hijo con el clan Gupta, una familia de origen indio que, en solo dos décadas, construyó un imperio económico en Sudáfrica. La caída de Zuma se hizo inevitable en junio de 2017, tras la revelación de miles de documentos confidenciales que muestran cómo esos empresarios intervenían en las esferas más altas, incluso en el nombramiento de ministros, a cambio de favores.
Bianca Goodson y Mosilo Mothepu se encuentran sentadas en un moderno restaurante de la capital sudafricana. Tienen 32 y 39 años. Ambas forman parte de esa clase media (mestiza) que (...)