En un momento en que el capitalismo global aparece como la única alternativa y el sistema liberal democrático como la organización política óptima de la sociedad, realmente se ha vuelto más fácil imaginar el fin del mundo que un cambio, mucho más modesto, del modo de producción.
Cuando alguien muestra la más mínima señal de compromiso con proyectos políticos que apuntan a un verdadero desafío del orden existente, recibe inmediatamente la siguiente respuesta: “¡Eso finaliza necesariamente en un nuevo Gulag!”Y eso es un chantaje para que renunciemos a cualquier compromiso radical. De esta manera los conformista-liberales encuentran una hipócrita satisfacción en su defensa del orden existente; saben y conviven con la corrupción, la explotación y todo lo demás, pero denuncian cualquier intento de cambiar las cosas como éticamente peligroso e inaceptable, resucitando el fantasma del totalitarismo.
Regresar a Marx se ha convertido en una moda académica cuando fue Lenin quien hizo del (...)