Dirigido por Sarah Gavron y con guión de Abi Morgan, el largometraje británico Las Sufragistas se estrenó [en España] en diciembre de 2015. Aunque tenga mérito por su existencia y por estar interpretado de manera muy conveniente, puede decepcionar a los defensores de un uso dinámico del cine al servicio de un tema que también lo es.
A través de la politización de una joven obrera, la película pasa revista a algunas de las acciones destacadas llevadas a cabo alrededor de 1913 por las militantes a favor del derecho al voto femenino. Desgraciadamente, como parece que la mezcla de géneros cinematográficos es decididamente tabú, la discreción lacrimógena del “drama social” prevalece sobre la exuberancia real de hechos históricos, que apenas se desluciría en una película de acción.
Ya que, para conquistar sus derechos, estas abuelas del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLM) de los años 1970 supieron golpear en los lugares adecuados. Lo que les permitió no sólo lograr en 1918 el derecho al voto para ocho millones de inglesas de más de 30 años (más tarde, en 1928, para todas las mayores de edad), sino también redefinir la relación de las mujeres con la violencia política y doméstica. Razones para soñar con una nueva adaptación al cine, con Gina Carano y Ronda Rousey –actrices y campeonas de Mixed Martial Arts (MMA), un deporte de combate donde se utilizan los pies, los puños y los recursos de la lucha– como verdaderas sufragistas de choque...
Recordemos algunos hechos. En 1903, Emmeline Pankhurst (1858-1928), cansada del pacifismo de las organizaciones sufragistas, creó la Women’s Social and Political Union (WSPU) con dos de sus hijas, Christabel (1880-1958) y Sylvia (1882-1960). Al escupir a un policía, la primera inauguró en 1905 la serie de detenciones arbitrarias dirigidas contra la familia Pankhurst y contra las militantes de la WSPU. La Union hizo que se hablara rápidamente de ella: Emmeline Pankhurst abogaba en 1910 por la acción directa con el fin de llamar la atención, especialmente después del “Black Friday”, una manifestación feminista reprimida por la policía con una violencia sin precedentes. Aquellas a quienes los medios de comunicación denominarían “sufragistas” atacarían entonces la sacrosanta propiedad privada rompiendo escaparates, incendiando algunas suntuosas casas de campo, destruyendo los campos de golf o los jardines botánicos reales.
Sin embargo, este vandalismo asumido, que mezclaba desobediencia civil y sabotaje, no fue nada en comparación con la violencia masculina cotidiana: marginadas hasta en sus hogares y en sus lugares de trabajo, las militantes eran insultadas en la calle; les arrojaban piedras cuando se manifestaban y los hombres llegarían incluso a subir a las tarimas de los mítines para golpear a las oradoras ante la mirada burlona de policías que esperaban para tomar el relevo. Y cuando las militantes encarceladas seguían la consigna de una huelga de hambre sistemática para reclamar el estatus de presas políticas, eran alimentadas a la fuerza...
El gato y el ratón
Preocupadas por el número todavía creciente de ciudadanos (hombres) conmovidos por estas torturas, las autoridades promulgaron en 1913 la Cat and Mouse Act: las huelguistas de hambre eran liberadas cuando su estado se deterioraba demasiado y eran detenidas de nuevo una vez que se recuperaban... Para las sufragistas se volvió imperativo impedir este cruel juego del gato y el ratón, que tenía como objetivo decapitar abiertamente el movimiento. Fue en ese momento cuando intervinieron los samuráis.
El jiu-jitsu, literalmente “arte suave”, utiliza la fuerza del adversario en su contra, de manera que es posible derribar a un contrincante físicamente más robusto. Desarrollado por los samuráis del Japón feudal como una técnica de combate con manos desnudas, dio origen al judo, al aikido y, más recientemente, al jiu-jitsu brasileño. En 1898, un tal Edward William Barton-Wright (1860-1951) lo introdujo en el Reino Unido tras haberlo estudiado en Japón. Lo utilizó como base para su propio “bartitsu” (según su nombre), un ancestro de las MMA modernas que combina jiu-jitsu, boxeo inglés, boxeo francés y lucha. Su escuela, abierta en 1900 en Soho, atrajo a muchos alumnos –soldados, aristócratas...–. Empleó a reconocidos profesores, como el francés Pierre Vigny, que enseñaba boxeo francés y bastón de combate, y cuya futura esposa Marguerite desarrollaría años más tarde una sorprendente técnica de autodefensa con un paraguas. Pero sobre todo, la escuela contó con la valiosa presencia de dos maestros japoneses, Yukio Tani (1881-1950) y Sadakazu Uyenishi (1880-?).
Tras una exhibición pública que les fascinó, Edith y William Garrud, una pareja de profesores de Educación Física, se inscribieron inmediatamente en la escuela de Barton-Wright. En 1903, cuando ésta cerró sus puertas, siguieron a Uyenishi, quien fundó la suya (School of Japanese Self-Defense), y se hicieron cargo del establecimiento cuando el maestro regresó a Japón. Edith Garrud (1872-1971) enseñó allí jiu-jitsu a mujeres y a niños. Paralelamente, abrió en el East End londinense un dojo (sala de entrenamiento) reservado a la instrucción de las sufragistas de la WSPU y de la Women’s Freedom League, nacida en 1907 de una escisión de la primera.
En esa época, practicar un deporte constituía ya de por sí un acto político para una mujer. Edith Garrud era además una militante feminista; con su metro cincuenta de altura, nada le gustaba tanto como demostrar la superioridad de la agilidad sobre la fuerza bruta en exhibiciones que la enfrentaban graciosamente a una persona disfrazada de policía. Promovió la autodefensa femenina no sólo a través de sus cursos, sino también apareciendo en la primera película inglesa de artes marciales (Jiujitsu Downs The Footpads, 1907), creando una comedia teatral contra la violencia conyugal (What Every Woman Ought To Know, “Lo que toda mujer debería saber”, 1911) y escribiendo artículos, especialmente en Votes For Woman, el periódico de la WSPU. Finalmente, no dudó en escalar los muros de la prisión de Holloway para cantar a pleno pulmón en apoyo a las sufragistas encarceladas.
En 1913, frente a la amplitud de la represión, simbolizada por la Cat and Mouse Act, Sylvia Pankhurst exhortó a la WSPU a crear un “servicio de seguridad” encargado de proteger a las manifestantes contra las fuerzas del orden. Así nació el Bodyguard, un grupo de unas cuarenta mujeres entrenadas por Edith Garrud, la cual creó escondites de armas bajo los tatamis de su dojo. A la cabeza figuraba Gertrude “Gert” Harding (1889-1977), canadiense que había llegado a Londres en 1912 y célebre por haber arrancado las orquídeas de los jardines botánicos reales –una hazaña que las autoridades, incapaces de concebir que mujeres hubieran podido escalar el muro del predio, atribuyeron a hombres en un primer momento–.
Disimulando bajo sus vestidos palancas, mazas de gimnasia o porras sustraídas a los policías, las integrantes del Bodyguard se encargaban de la protección durante las manifestaciones y los mítines, compitiendo con coraje e ingeniosidad para paliar su inferioridad numérica. Ya no había más fracturas, heridas y chichones entre sus filas. Planificaban itinerarios y soluciones de repliegue. Varias de ellas se disfrazaban, por ejemplo, de las sufragistas buscadas por los policías, como Emmeline Pankhurst, para volverlos locos a la salida de un mitin.
La prensa, que difundió rápidamente sus hazañas, las apodó “amazonas” o “sufrajitsu”, mientras que el Gobierno se tiraba de los pelos frente a estas mujeres que le quitaban los pantalones a la autoridad arrancándoles los tirantes a los policías. “En lo que respecta a nuestras combatientes –escribía Emmeline Pankhurst en un homenaje a sus protectoras–, están en plena forma y muy orgullosas de sus hazañas (...). Nuestra compañera a la que le abrieron la cabeza se negó a que le dieran puntos de sutura porque quería conservar una cicatriz lo más visible posible. ¡El auténtico espíritu de una guerrera!” (1).
Sumar indecisos a la causa
Por su parte, la policía aprendió a actuar a veces con astucia. En 1913 detuvo a Emmeline Pankhurst cuando volvía de un viaje a Estados Unidos, en el mismo barco, con el fin de evitar cualquier intervención del Bodyguard que esperaba en el muelle. Pero la mayoría de las veces, los bobbies se conformaban con atacar, porra en mano, valiéndose de su número y de su brutalidad. Como en la “batalla de Glasgow” en 1914: durante un mitin de la WSPU en Escocia, Emmeline Pankhurst eludió la vigilancia policial haciéndose pasar por una simple espectadora; pero cuando se escabulló hasta la tribuna, cincuenta policías se arrojaron sobre la oradora, defendida por 30 miembros del Bodyguard, bajo la mirada atónita de 4.000 espectadores. La violencia y las detenciones arbitrarias, incluso aunque el mitin estuviera autorizado, sumarían a muchos indecisos a la causa sufragista.
Cuando el Reino Unido entró en guerra contra Alemania, Emmeline Pankhurst decidió interrumpir las acciones de la WSPU, disolver el Bodyguard y llamar a las inglesas a apoyar el esfuerzo de guerra nacional. Esta decisión, que tenía como objetivo destacar el papel de las mujeres como ciudadanas con el fin de consolidar la legitimidad de sus reivindicaciones civiles, daría sus frutos en 1918. Pero distanció definitivamente a Sylvia Pankhurst –que se sumó a las comunistas consejistas que se oponían a la guerra– de su madre. Cada vez más asustada por la perspectiva de una revolución comunista, esta última terminaría incorporándose al Partido Conservador. Edith Garrud, por su parte, seguiría hasta 1925 ofertando cursos de jiu-jitsu con su marido, valiéndose de su estatus de primera mujer occidental instructora de artes marciales.
Al otro lado del canal de La Mancha, estas intrépidas “jiujitsufragistas” dejaron su huella en algunas mentes, como en la de Madeleine Pelletier (1874-1939), primera mujer psiquiatra y militante socialista libertaria. Tras haber participado en 1908 en una manifestación de sufragistas londinenses, Pelletier defendió en su diario, La Sufragista, el activismo contundente de sus compañeras: “Es cierto que romper un escaparate no es un argumento; pero si la opinión pública, sorda a los argumentos, sólo es sensible a los escaparates rotos, ¿qué hacer? Romperlos, evidentemente”. Un espíritu que encarnó de manera notable, en un contexto totalmente diferente, la poetisa Qiu Jin (1875-1907), la “primera feminista china”, que militó sobre todo contra la tradición de los pies vendados. Aprendió artes marciales con vistas a preparar la insurrección contra la dinastía manchú. Al enseñar Educación Física en escuelas para señoritas, a las que entrenó de paso en el manejo de armas, escandalizó al exhortar a sus alumnas a aprender un oficio. Fue decapitada por intento de golpe de Estado en 1907 (2).
Porque sabían que las oprimidas son siempre las primeras en pagar los platos rotos, estas pioneras de la autodefensa social y feminista se atrevieron a redefinir la femineidad en función de sus necesidades reales. A través de la práctica del jiu-jitsu, las sufragistas anticiparon la advertencia realizada por la socióloga e instructora austríaca Irene Zeilinger en su Pequeño manual de autodefensa para uso de todas las mujeres que están cansadas de que las molesten sin decir nada (3): “El agresor decide que habrá violencia; nos corresponde a nosotras decidir contra quién se dirigirá esa violencia”.