Un grupo de adolescentes entra riendo al vagón y, a falta de asientos libres, se sienta despreocupadamente en el suelo. Con los vaivenes del vagón, sus velos se deslizan por sus hombros, dejando sus cabellos al descubierto. Poco importa: aquí sólo hay pasajeras. En el metro de Teherán, que comenzó a funcionar a finales de la década de 1990, los vagones delanteros y traseros están reservados a las mujeres. Suben allí “para estar tranquilas”, dicen. La atmósfera es distendida. Los demás vagones son mixtos. En estos, las parejas jóvenes van de la mano, sin problemas.
Moderno y limpio, el metro de Teherán es lo único que permite escapar de los embotellamientos y de la contaminación. Por el momento hay cinco líneas en funcionamiento. Las estaciones desfilan, bautizadas con los nombres de “mártires” de la guerra contra Irak (1980-1988). Hace veintisiete años que el conflicto, que en total causó cerca de medio (...)