Hace un año, me quedé muy impresionado por una novela de Luis Landero: Absolución, y así lo comuniqué en estas columnas (léase Le Monde diplomatique en español, abril de 2013). En ella, Lino trabajaba de conserje en un hotel: una vida aburrida, monótona, sin sorpresas ni expectativas. Asocial, retraído, receloso, se preguntaba si existiría la felicidad o si su temperamento lo condenaba al fracaso. No seguro de su suerte, se decidió a contraer matrimonio con Clara, la dueña del hotel. Y yo me preguntaba entonces cómo un muchacho sin formación había sido capaz de lograr una obra tan redonda.
Obtengo la respuesta en El balcón en invierno, desarrollo de una vida retrospectiva y en fotografías, desde que el protagonista cuenta dieciséis años y su madre cuarenta y siete. El padre de cincuenta y pico ya ha muerto, dejando ante sus descendientes un futuro lleno de incógnitas. Este libro cuenta los inicios (...)