El 31 de julio pasado, al rechazar el acuerdo ideado por los expertos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) sobre los productos agrícolas, el nuevo primer ministro indio, Narendra Modi, anunció al mundo el certificado de defunción de la Ronda de Doha, ya moribunda. Evidentemente, el objetivo –seguir subvencionando los cereales– es ante todo interno. Pero si el caso ha hecho ruido –cuando no es el primer veto de la India– es porque las oposiciones a las pretensiones de la OMC se hacen cada vez más numerosas, ya que los países emergentes se alían en función de sus intereses contra los países más poderosos. La máquina de liberalizar está en gran medida bloqueada.
Para contrarrestar, los países occidentales (y las multinacionales) han optado por tratados de libre comercio bilaterales (Unión Europea-Canadá, Estados Unidos-Corea del Sur) y, sobre todo, por zonas geográficas: el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión entre Estados (...)