Es un paisaje lunar. La selva se ha “roto”, como dicen aquí. Esta ha dado paso a una tierra calcárea, excavada por todos lados. En una de las fosas de diez metros de profundidad, unos hombres trabajan bajo un sol abrasador en manga larga, con botas altas y la cabeza cubierta. Se apoyan con todo su peso sobre las mangas de riego, que expulsan un potente chorro que reduce la tierra a un barro blancuzco. Un poco más adelante, otro hoyo, donde el agua puede finalmente descansar. Esta se ha vuelto de un extraño color turquesa. De no haber sido por la guerra, Boke A. no estaría aquí: “Podría haber sido electricista”, comenta con una sonrisa soñadora el encargado de esta explotación de oro a cielo abierto en el corazón de la selva amazónica, en la que trabajan unos treinta mineros artesanales.
Boke A. era un muchacho de 11 años cuando (...)