¿Por qué el sótano de mi memoria, donde conviven dos lenguas, no se queja nunca? Las palabras circulan por allí con toda libertad, y a veces les pasa que otras palabras las reemplazan o las suplantan, sin que por ello ocurra ningún drama. Y es que mi lengua materna cultiva la hospitalidad y fomenta la cohabitación con inteligencia y humor.
Cuántas veces, al escribir, se me aparece un agujero, un hueco, una especie de laguna lingüística. Busco la expresión o la palabra justa, una palabra a veces trivial, y no la encuentro. El árabe, clásico o dialectal, viene en mi ayuda y me propone varias soluciones para salir del atolladero. Escribo estas palabras árabes en el texto mismo, esperando que vuelvan las que me abandonaron. Es una cuestión de ánimo, de fatiga o de vagabundeo.
Sí, a veces me rindo al vagabundeo en la escritura, como si necesitara afirmar las bases de (...)